Mini Story

Amistades

Dijo que iba a plantar en los cajones para que su madre no se los tirara. Y se fue viniendo abajo cuando, aquel día, su madre murió. Había comprado la tierra, el abono y las plantas de tomate, pero se secaron.

            El día, en casa, solo, era demasiado agotador. Le dijo a la sicóloga que necesitaba trabajar, y ella respondió que estaría bien, y le preguntó que si estaba preparado. Desde la asociación le buscaron un curso de horticultura para que se formara. Encontró a una amiga a la que le enseñó los cajones —empezó a hacer el curso con él—. ¿Por qué no lo ponemos en práctica?, le dijo. Al poco tiempo, tenían los cajones llenos de lechuga, tomate, verdura, berenjena, guinda, pepino…, y ella le dijo que por qué no lo vendían. No tardó mucho en irse a vivir a su casa, y le contó que siempre se quedaba a las puertas de un trabajo: «Cuento que soy bipolar y la empresa me desestima. No solo la empresa, mi novio también me dejó, no entendía lo que me pasaba». Ese año construyeron un despacho, y empezaron a ayudarse mutuamente preparándose la misma oposición. La aprobaron. A ella la mandaron a Cáceres, y él se quedó en Badajoz. Se veían los fines de semana, hasta que ella cayó en una recaída larga y la ingresaron. Él intentó por todos los medios que volviera, pero la familia de ella pidió la incapacidad y la ingresaron en una residencia. Cuando hablaban por teléfono, ella siempre quería fugarse y a él le gustaba.

El suceso

Ella agarró la manguera con desamparo y abrió el grifo. Tenía tanto calor. Las 3 de la mañana y había bajado al jardín a regar las plantas —su marido estaba muerto, tumbado en la cama de la habitación, pero no lo sabía—. Había terminado de ver Kramer vs. Kramer en el salón, y no había querido subir para decirle que quería acabar allí, donde no había nada. A veces la jardinera se desbordaba de agua como se desbordaban sus pensamientos: ya no controlaba casi nada en su vida, pensó. Llegó a regar todo el jardín, y después llegó a cerrar el grifo y recoger la maguera, y a sentarse en su hamaca de siempre. Se quedó dormida. Soñó que su marido la abrazaba, y al día siguiente la policía se puso a investigar cómo había hecho todo eso antes de morir.

Estaba dentro de algo

Miro dentro de mí y no hay nadie, como si un árbol perdiera su facultad de estar —lo hace siempre—; deletreo las palabras que dice una niña a la que no le pasan la pelota en el parque: «S-o-l-a d-e n-u-e-v-o». Nadie se ha dado cuenta del árbol; el padre y yo nos damos cuenta de la niña; nadie sabe de mí. O yo lo creo así, porque un perro perdido se acerca temeroso, se arrincona a mis piernas en un parque inmenso lleno de padres sometidos a la coyuntura de ejercer de padres —a ninguno se le ve contento—, y la niña, que se acerca y me dice: «Me gusta tu perro». Entonces el padre se levanta y le dice: «¡Mariela, no molestes al señor!». Algo que podía haber generado un milagro, me hace reconocer que, dentro de mí, no hay nadie. Me levanto de la piedra en la que estaba sentado y me marcho. Me percato de que el perro me sigue. Llegamos juntos al piso donde vivo solo. (Hay toda una parafernalia a la hora de entender que, a lo mejor, hay algo dentro de mí.)

La cita transparente

Parece que está cerca, el presente de una cajera de supermercado amotinada tras la caja registradora, pensando que hace lo mismo una y otra vez, aunque a mí, cuando me atiende, nunca me pasa lo mismo. ¿A ella le pasa lo mismo, que ve a un muchacho resultón que a lo mejor le interesaría? No creo que sea eso. Un muchacho que da forma a las paredes de una obra con ladrillos y cemento, albañil, sí, ha pasado por el supermercado a por algo para cenar, y eso de que el tiempo llega, siempre recurre a la demostración de algo que ha olvidado: «Me temo que lo tengo que dejar», le dice, «no tengo suficiente dinero». Y ella, que lleva toda la tarde pensando en lo sola que cenará esta noche, argumenta: «Vale, pero te invito a cenar. Pásate por mi casa sobre las diez». Él vuelve a la suya y el tiempo le dice que tiene mujer, y que le va bien —acaban de tener una cría—. ¿Por qué no le ha dicho nada a la cajera? Es un nuevo día en el supermercado, y este tiempo diferente me ha llegado, y me acerco a la cajera y le expongo una duda, le hablo de signos que me hacen creer que le gusto, de ensoñaciones que han vuelto a construir un tiempo que no se ha ido.


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